Del amor y otros demonios

Hoy empiezo a escribir con la certeza de que tengo que hacerlo pero sin ninguna razón aparente; tal vez el hecho de que siempre hay terceros que buscan mi opinión, y hacen que yo sienta que esta es importante, o el simple accidente de tener la cabeza llena de ideas y frases inconexas que buscan su salida al mundo, o el combustible del licor blanco que trato evitar en lo posible, pero que al final siempre llega, o cualquier cosa, porque cualquier razón vale cuando sientes que te sobran palabras para definir el mundo, aún cuando el mundo por si mismo es indefinible, mutable y absurdo...

Hoy quiero hablarles del amor, aquel fortuito, indomable, melancólico y extraño sobre-valorado sentimiento, que la mitad mas uno pretenden como el motor del universo. Aquel que evoca los mejores y mas nobles acontecimientos de nuestra curiosa historia: que si Helena y su caballo de madera, que si Cristo y su noble sacrificio, y que si yo mismo, que me enamoro y me re-enamoro casi a diario de ella, de aquella, de mi mismo y a veces hasta de ustedes.

Y pues así comienza esta entrada, con otro sorbo del licor blanco que me quema las entrañas, me adormece los sensores y me despierta los sentidos. De antemano pido disculpas, porque inicio escribiendo, medio sobrio, medio perdido, y no sé si al final de la columna la botella siga conmigo; mi mayor  esfuerzo se centra en esperar que lo que escribo sea comprendido, melódico y sensitivo.

Voy a empezar por un amor medio pendejo: el amor que le tengo al cigarrillo. Hoy, después de casi un año de relativa abstinencia, vuelvo a encender uno solo a solas, sin presiones, ni pretensiones, y aunque siempre que he fumado desde que "decidí dejarlo" estoy sensorialmente abstraído, osea borracho o prendido; hoy que no estoy ni aquí, ni allá, todavía logro evocar las sensaciones que me impulsaban cuando inicié con este hábito maldito.

Yo crecí allá en los noventa, y cuando suena de mis labios lo siento aún mas lejano, viendo a mis viejos y a mis tíos fumando, mientras compartían unas copas, o unas palabras, o alguna tertulia, vanal o trascendental, prender el pucho del aliento para seguir hablando. Aprendí a fumar, consciente de que algún día tal vez me mataría, pero con la esperanza de que aquel humo azulado me brindara la sabiduría de continuar luchando, de continuar pensando, y continuar viviendo aún sabiendo que el efecto no duraría. Todavía veo a los grandes, que ya para mi no son tan grandes, sino mas bien viejos, porque la arrogancia de mi corta edad, que ya pronto será mediana, me permite el amparo, de creerme, de cierto modo inmortal, y por sobre ellos, invulnerable.

Abracé aquel humo místico, a la corta edad de catorce, con la esperanza de que me lograra imbuir de la sapiencia magna que hacía tan sabios a los que yo seguía; después aprendí a apreciarlo, como confidente, acompañante y consejero; ya cuando andaba en parciales, me ayudaba a seguir despierto; luego como es normal, me empeñé en dejar de quererlo, no por salud, ni por moda, más que todo por aburrimiento, y por caer en la cuenta de una verdad dicha a gritos... Todo lo que amas, te mata.

Sigo con mi mas fiel amor, el que mas me ha acompañado
el de la miel del licor que a veces me ha obsesionado
desinhibiendo deseos, animando mis arraigos
y es el que como ahora, hace rimar mis actos
aún cuando ya sabemos, que no duran los hallazgos.

Y pues es eso; aquél delicioso brebaje, tan mutable y accesible, que nos ayuda a hablar, a refutar, y hasta a ligar. La mayoría de los que me conocen, me reconocen por que aprecio la bebida, a "ojos de buen cubero" se podría intuir que soy de aquellos a los que la juerga les dura bastante, pero pues NO, soy mas bien de esos, y dará fe mi hermana y mis mas cercanos, que caigo bastante fácil ante la opiacea sensación que brinda el trago, aunque disfruto cada momento de lo poco que me dura la borrachera; y todo esto solamente para decir, que el amor te hace sentir el mas grande, pero además, te aletarga y te aturde.

Y finalmente, porque solo hacen falta tres argumentos, termino con el amor a la aquella, o al aquél, o a lo que sea que el instinto de quien me lee obsesione pasionalmente; y hablo de instinto o pasión, porque es lo que al final mueve; el amor a una mirada, a unas caderas, al fortuito contacto con una piel deseada, al temor de tal vez sea, pero mejor que no sea, a la necesidad de morir en cada encuentro, aunque mueras antes si no se encuentran, a lo sexual específicamente. Porque siempre va a existir aquel o aquella que te pretenda ser el mas grande guerrero, y lo nombro solamente por eso, porque el amor te hace ser el mas fuerte, aunque seas un pendejo.

y es que hay mas amores, como aquél al trabajo
 a la lucha perdida, al hermano borracho
 ese que te motiva a decir cosas a lo alto, y que ahora dormita en la silla de al lado
 a los hijos, que faltan, a los muertos que sobran
 y a las almas perdidas, que viven en la sombra.

Acabo justo cuando lo había planeado, dando el ultimo sorbo al licor blanco, si llegaron hasta acá abajo, gracias como siempre, le pido disculpas por las incoherencias, quiebres en el ritmo del discurso y vicisitudes de mis discusiones internas, ustedes son mi amigo imaginario favorito. Si recién llega, bienvenido, no publico muy seguido, y si ya me había leído, gracias, se merece un hijo mio.

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